“...yo no soy digno de que entres en mi casa,pero una palabra tuya bastará para sanarme”.(Plegaria)Hay dos maneras de escribir esto: La primera es sabiendo de antemano que se trata de un simple desahogo emocional; la segunda es teniendo la convicción que, de alguna u otra forma, lo leerás.
Debo (quiero) inclinarme por la segunda opción.
Por lo cual me gustaría decirte que:Septiembre 28, 2006Querido padre: Mientras te escribo, estoy sola (y me refiero a esa soledad verdadera). Esa soledad sin gente, sin recuerdos, sin alegrías ni tristezas. Esa soledad real, no camuflada por personas cercanas. Verdadera soledad. Gracias a ella, sin embargo, me he encontrado con una persona que hasta hace muy poco tiempo no conocía. Con alguien a quien nunca había visto. Me he topado con nada más ni nada menos que conmigo misma, que es en esencia haberme topado con un ser cualquiera. Nada sabía de esta persona que ahora te escribe. Absolutamente nada. En la soledad de mi propia casa.
Con tres décadas de vida, esta persona escribe (sin conocerse) sobre alguien a quién creyó conocer. ¿Cómo lograr veracidad en estas líneas? No creo que sea fundamental, ni siquiera necesario. No me conozco ni te tengo, pero siento: Cuando recuerdo uno de nuestros últimos momentos juntos, te reprocho: “Padre, ¿no tendrías ganas de abrazarme un minuto?” No, no lo habías notado. ¿Nunca pensaste que, algun día, no podrías volver a abrazarme jamas? Para serte sincera, yo tampoco pude preverlo. Ninguno de los dos pudo. Es cierto. Creo que la sangrienta daga en mi corazón, que luego de quince años continua doliendo, se debe a eso. A la trágica noción de que jamas podré volver a tenerte. Jamás hasta el último día de mi vida podré si quiera escuchar tu voz.
¿Realmente crees que he olvidado los buenos momentos? ¿Crees que no me duele tu palabra? ¿En realidad crees que aún no te quiero? ¿Crees que mi amor por ti se ha desvanecido con el paso del tiempo? Estas tremendamente equivocado. Esta niña grande aún se pone contenta cuando escucha el sonido de las llaves en la puerta, porque le hacen recordar a su padre cuando venia del trabajo. Esta niña grande aún te sigue buscando por las calles mientras camina, convenciendo a todos los que lo rodean de que está bien, con una mirada seria y segura. Esta niña aún te busca, y se le sale el corazón del pecho cuando advierte a algún hombre parecido a ti.
¿Por qué no me abrazas, padre? ¿No ves que en un tiempo, lo único que podré hacer es escribirte tristes cartas en la soledad de mi habitación? ¿Crees que me olvidaré de ti algún día? No sufras por mí, padre. Sólo hazme caso, por favor te lo suplico. Abrázame un minuto más, que la vida se te acaba. Abrázame un minuto más, por favor, que todo lo que he hecho, ha sido para que me quieras. No he hecho otra cosa que intentar que me quieras, que estés orgulloso de mi, que estés contento.
Lo mas triste de todo esto es que jamás lo sabré con certeza. Jamás lo escucharé de tus labios. Jamás volveré a verte entrar en la casa haciendo sonar las llaves. Jamás volveré a abrazarte.
Necesitaría saber que, aunque sea por un minuto, te sentiste orgulloso de tu hija. Si te sirve de algo, si puedes oírme o leerme, ten por seguro que me enorgullezco de seguir siendo tu hija. Jamás dejaré de serlo. Y jamás te volveré a ver.
Te extraño mucho...